La montaña siempre te sorprende. Podéis encontraros con muchos de sus habitantes, que son tan extraños que parecen increíbles. En nuestra montaña viven seres de lo más variopintos: por ejemplo, los duendes limpiadores. Son
increíbles. Sin ser vistos, rápidos como el viento, son capaces de recoger toda
la basura que algunas personas maleducadas y cochinas tiran por allí. Es su
trabajo y lo hacen encantados... pero algunas veces, cuando está demasiado
sucio, se enfadan y pueden ser muy vengativos. Una vez atemorizaron a un vecino
haciéndole creer que la botella de plástico que había tirado lo perseguía por
todas partes. Colocaron la botella en la
entrada de su casa, en la puerta de la panadería, en el banco del parque. Al
final, aquel chaval, muerto de miedo, optó por tirar la botella al contenedor
amarillo y los duendes limpiadores volvieron contentos a la montaña.
Esparragulina, esa que alimenta a
muchos vecinos con sus tiernos espárragos, se dio cuenta que los pinos se
estaban trasformando. Pero no era cosa de Autum, el espíritu del otoño, él
nunca había atacado a los pinos, prefería las hojas más jugosas, verdes y
grandes, de los robles, los arces, las hayas, los plátanos. Eso sí que eran
hojas sabrosas, pero las del pino, nunca. Así que descartamos esa posibilidad.
Pero no sabíamos qué podía ser. El gorrión Ramón, el más cotilla de la montaña,
había estado escuchando nuestra conversación y se moría de ganas por contarnos
su descubrimiento.
- Yo lo sé, yo lo sé. – pio.
Esparragulina no se llevaba muy bien con Ramón, porque se comía las semillas
continuamente, pero ella estaba intrigada, así que le preguntó agriamente:
- ¿Ah, sí? Pues dinos.
Ramón la miró con cara de pocos
amigos y dirigió su cabeza hacia mí. Me miraba con esos ojos curiosos de los
pájaros, tan vivos, y noté su miedo. Era un miedo frío como la nieve y blanco.
¿Alguna vez habéis sentido un miedo blanco? No os lo recomiendo. Yo, que soy el
alma de la montaña, no puedo tener miedo, tengo que proteger a todos los seres
que viven aquí, sin excepción. Pero Ramón sí tenía miedo.
El gorrión nos contó que llevaba
muchos días investigando. Primero fue el serrín, el polvo marrón que lo
inundaba todo. Después las acículas alargadas del pino, secas. Sabía que
habíamos estado muchos meses sin agua y pensaba que la razón podría ser esa,
hasta que... lo vio.
No se puede describir, es como el
viento, transparente, un poco denso, cambia de forma... se metió dentro del
pino y... le fue absorbiendo la vida, poco a poco. ¿No habéis visto los
orificios en la corteza? Por ahí entra y sale a sus anchas, hasta que absorbe
toda la vida. Entonces busca otro al que atacar. ¡Ya casi no quedan pinos
vivos!
Necesito encontrar una solución.
¿Quién me puede ayudar?
No podemos dejar que la montaña
desaparezca.
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